lunes, 18 de febrero de 2013

año del tigre


¿Qué cosa ha crecido?, ¿dentro de quién?

Cuando recuerdo mi pasado me doy cuenta de que siempre me he preguntado si lo que estaba haciendo en determinado momento de mi vida estaba bien y si eso que podía o no estar bien definía quién era o en quién me convertiría. No puedo recordarme siendo alguien, sino preguntándome si me estaba convirtiendo en mí mismo.

No quiero escribir sobre cosas reales. No puedo escribirlas porque no puedo recordar el sendero de mi desplazamiento. No puedo explicar si me equivoqué o si hice algo bien. ¿Bien respecto de qué? Tienes un accidente en el que casi pierdes el dedo, mal; Vas al hospital donde te atiende un médico con el que luego tendrás uno de los mejores caches de tu vida, bien. El mismo médico tiene una obsesión sexual con los cuerpos mutilados y te jura que no hay nada que hacer, que vas a perder tu dedo, tu mano, tu brazo, que él te quiere así, que todo va a estar bien. Y acaso lo esté, quién sabe. Y si pudieras saberlo, ¿para qué querrías saberlo? Morir con la certeza de que hiciste las cosas bien ¿Estuvo bien que acabase el colegio a los 15 años, sin pena ni gloria, sin idea alguna sobre hacia dónde me convenía dirigirme? ¿Por qué recuerdo ese momento ahora y no otro? “Me convenía dirigirme”… como si alguna dirección fuese en realidad más conveniente que otra.

Existen ideas grandes, ideas que pesan y se cierran sobre uno, sobre la totalidad de lo que uno cree en determinado momento que es su mundo. ¿De qué color son las ideas convenientes? Uno tiene 15 años y se sienta en el micro, voy y vengo del colegio como todo el mundo, y sin embargo las ideas son grandes, pesan. Esta es una idea conveniente: llegar a la casa, quitarse el uniforme para que no se maltrate ni arrugue, mantener contenta a mamá, o al menos no entristecerla pues eso no le conviene a nadie. Ir a comprar el pan para el lonche con la certeza de que el que mamá no se entristezca le conviene a todo el mundo. Si mamá se hubiese puesto triste no me hubiera mandado a comprar pan para el lonche, estaría en su cuarto mascando su cólera, me hubiera largado a mi cuarto y el panadero dejaría de percibir estos 50 céntimos, ínfimo vehículo de la felicidad humana.

Mamá no se va a entristecer si limpio la casa, barro la escalera, recojo la ropa. Va a llegar, va a ponerse a limpiar algo que me olvidé de limpiar y si escucha cualquier cosa que le diga entonces habrá lonche. Así actúa su corazón, se infla y se desinfla a ritmos conocidos que puedo modular. Es una gran cosa dar con estas lógicas. Y sin embargo, no he podido hasta ahora dar con la lógica propia. Poder decir “así actúa mi corazón”. El corazón inquieto se enfría cuando se abre a un deseo vacío. El corazón tibio se agrieta si se agita en una mano espinosa. Y sobre esto tampoco hay modo de que pueda recordar algo cierto o real. Una duda altamente establecida, como un par de ojos amarillos a la espera de alguien a quien sorprender malignamente.

1 comentario:

Carolina dijo...

Max deberías seguir escribiendo, me identifico con la percepción de evitar la tristeza a la mamá (creo que así andamos muchos y muchas). Escribir ya es un acto de valentía.